lunes, 23 de mayo de 2011

"Caderas, pechos y mandibulas"

Caderas, pechos y mandíbulas

Lo que consideramos atractivo puede cambiar con el tiempo, influenciado por parámetros culturales, modas e incluso por cómo nos vemos a nosotros mismos, pero existen ciertas tendencias que parecen venir marcadas por la evolución y la necesidad de procrear. Científicos de la Universidad Victoria en Wellington, Nueva Zelanda, pidieron a un grupo de hombres que observara unas fotografías de mujeres desnudas.
Como era de esperar, pasaron la mayor parte del tiempo mirando los pechos, pero consideraron más atractivas a las mujeres con forma de reloj de arena, una señal biológica de fertilidad.
En cuanto a las mujeres, otra investigación, ésta aparecida en “Evolution and Human Behavior”, asegura que aquellas que se encuentran en la fase más fértil del ciclo se sienten irremediablemente atraídas por los hombres de aspecto masculino, tipo George Clooney. Aprecian una barbilla pronunciada y los rasgos marcados, señales de un buen nivel de testosterona.

El amor ¿verdad o mentira...?


Desde que se descubrió que las hormonas influyen en las relaciones de pareja, la ciencia no ha parado de investigar sobre cómo el cerebro responde ante el impulso más importante del mundo. Estas son las conclusiones más recientes.
Cuando Ethan Hawke conoce a Julie Delpy en un tren en “Antes del amanecer”, la romántica película de Richard Linklater, bastan un par de miradas para que ocurra el flechazo.  
Cualquier espectador es capaz de reconocer el sentido de la escena. Las primeras palabras que la pareja se cruza son de lo más prosaicas, pero la esencia del idilio ya ha comenzado segundos antes en sus sonrisas bobaliconas.  

Si un neurocientífico rompiera la ficción y se colara en la pantalla, podría explicar que Jesse y Céline, los personajes que interpretan Hawke y Delpy, acaban de tener un estupendo chute de oxitocina, dopamina, serotonina y adrenalina, entre otras hormonas, que, sin exagerar, ha conseguido enajenarles. Básicamente, esto es el amor.
 “En el amor todo es química”, asegura a este periódico Juan Lerma, presidente de la Sociedad Española de Neurociencias, SENC, e investigador del CSIC. Y cuando nos enamoramos “se ponen en marcha actividades nuevas en circuitos neuronales que producen un estado de enajenación transitoria, muy parecido a lo que una droga puede inducir”. Las siguientes investigaciones van en ese camino.